La ley del embudo

La ley del embudo, para mí lo ancho y para ti lo agudo, así reza el refrán español y así lo aplicamos con frecuencia, sobre todo en esta pandemia en la que los contagios crecen más y más sin que seamos capaces de ponerle remedio.

Un claro ejemplo de esta inconveniente ejecución de la norma está en la actitud de quienes gobiernan la Comunidad de Madrid, que se ha embarcado en procés sanitario, en el que contradicen no sólo lo que dice el gobierno central, que sería política aunque no sanitariamente comprensible, sino lo que proponen ellos mismos, lo que es una suerte de trastorno disociativo en lo político que debería ser preocupante para sus votantes y que resulta enervante para quienes lo observamos desde fuera.

Pero no voy a referirme a los manejos políticos de Ayuso and the holly grail cuyo argumento bien podrían firmar Terry Gillyan, Terry Jones y otros Monty Python si el absurdo de las situaciones que generan no resultaran patéticos en vez de humorísticos, sino a las actitudes ciudadanas corrientes que descubrimos a cada momento.

La primera es la de las mascarillas. Puestos a prohibir, hemos denostado las mascarillas FFP3 por insolidarias mientras hacemos uso de otros modelos fashion que se caen constantemente dejando al descubierto las narices de sus portadores y esto es así en cualquier encuesta ciudadana, programa de tv autonómico o nacional, entrevista a alcalde o alcadesa que se precie, responsable de la asociación hostelera de turno o, incluso, consejera de sanidad o al propio Fernando Simón, quienes mientras recomiendan el uso adecuado de la mascarilla, dejan asomar peligrosamente sus fosas nasales por encima de la tela que se va escurriendo hacia abajo a medida que hablan y se la toquetean constantemente para devolverla a su sitio mientras desaconsejan hacerlo.


Que sí, que llevar mascarillas fashion está chulo (yo las llevo, que soy muy de colorín, pero me las coloco sobre las quirúrgicas o FPP2), que llevar mascarillas holgadas favorece la respirabilidad del portador, pero no deja de ser absurdo aquello de consejos vendo que para mí no tengo, sobre todo en gente que debería predicar con el ejemplo y en programas de tv que deberían cortar cualquier deslizamiento del bozal y repetir la toma, que queda feo y poco ejemplarizante para quienes lo vemos e interiorizamos la laxitud de la norma.

Y ya que de bozales hablamos, venden en los chinos y otros bazares, farmacias incluidas, unas bridas que contribuyen a tensar estos complementos de obligado cumplimiento por un euro la pieza.

Tampoco voy a hablar de los incumplimientos de todos conocidos: eventos varios entre los que se incluyen bodas, comuniones, bautizos, confirmaciones, botellones o fiestorros y no-fiestorros, todos al mismo nivel de insolidaridad, que no por estar presente el Espíritu Santo en unas y el ron Bacardí en otras (en las dos, en realidad) están mejor inmunizadas las primeras que las segundas, que todos nos conocemos con dos barcardís en el coleto.

Pero estos días he vivido tres manifestaciones que refuerzan la ley del embudo y que no me han pasado desapercibidas:

Caso 1: Camarero de bar sirviendo con mascarilla a la remanguillé un sabroso pincho de tortilla de patatas aderezado, tal vez, de la correspondiente ración de COVID19, mientras en la puerta, sobre la barra y en las mesas se advierte que el uso de mascarillas es obligatorio en este local. Otros más coherentes ponen para acceder al interior, y una vez accedidos ancha es Castilla, anchura de la que participan no pocas patrullas de la policía municipal cuando entran a tomar el cafelito de turno al bar de costumbre en el que hay la misma confianza que relajación normativa.

Caso 2: Estoy el la fila del super, a tres turnos de la caja. El ciudadano que guarda el primer turno, al ver acercarse a su inmediato seguidor a poco más de un carro de distancia, se gira y advierte de malos modos a su consecutivo que oiga usted caballero, échese para atrás que no está en la línea. Mira qué preocupado, pienso, para cambiar de opinión acto seguido al ver como el señor en cuestión estira la goma de su mascarilla para, libre de ella, toser a placer y dejar el ambiente sembrado de miasmas varias. No puedo por menos que afearle la conducta a lo que el jubilado me contesta todavía de peor talante que me meta en mis asuntos, como si sus asuntos tusivos no fueran también los de todos con quienes los comparte... para mí lo ancho y para ti lo agudo. Pero, claro, como lo ha hecho hasta Joe Biden...


Caso 3: voy por una acera no demasiado ancha, delante de mí una pareja con carrito jugando a tapar la calle y caminando despacito con paradas porque el hombre anda guasapeando con quien sea. Intento esquivarlos, pero he de frenarme porque viene un coche que me impide bajar de la acera y me tengo que parar a cosa de un metro de los felices papás. Al notar mi presencia, el joven se vuelve y me espeta airado: oiga, guarde la distancia. Le digo que las aceras están para caminar, que para mensajear uno se aparta y deja paso libre y el individuo se ofende por semejante intromisión en su libertad y me lanza no sé qué vituperios, así que una vez salvado el obstáculo, compadezco a la criatura y le deseo que le toquen buenos maestros que su padre no parece no parece que vaya a aportar mucho a su buena educación.

Y así todo.



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