26 millones de balas, me pido primer

Éramos pocos y parió la abuela (el abuelo cebolleta, en este caso, en forma de militares retirados): no tenemos bastante con la pandemia que entre unos y otros estamos convirtiendo la cosa pública en un pademonium.

Un grupo de Whatsapp de militares, salvapatrias retirados ni de militares ni de salvapatrias, hablan de pronunciamiento y se proponen fusilar a veintiséis millones de españoles (entre los que me siento incluido) que son -somos- unos hijos de puta porque no piensan -pensamos- como ellos, a la vez que mandan cartas al rey para comunicarle su descontento. Y dicen que ya van por 400, y subiendo (se han sumado el golpista convicto Camilo Menéndez, un nieto de Franco, el presidente de su fundación...)

Hoy celebramos el día de la Constitución (a la que, por cierto, los guasaperos del grupo juraron defender) que consagra la Democracia en España. Una de las cosas buenas de la Democracia es la garantía de la libertad de opinión y pensamiento. Otra de sus bondades es que no ampara la libertad de fusilamiento. Miren usías, vuecencias y mandos de variados tratamientos: uno puede estar más o menos conforme con el gobierno de turno democráticamente elegido (yo no lo estuve con los gobiernos de Aznar o Rajoy y les participo que al actual lo aguanto más que por convencimiento, por oposición a algaradas como las protagonizadas por su tropa y tropas afines a la suya tipo vox o los fruncimientos de ceño de Casado cuando miente) y es libre de criticar y manifestarse contra ese gobierno al que no traga. Pero lo malo (para la tertulia guerrera, lo bueno, en realidad) es que a ese gobierno y a sus apoyos los han puesto ahí las urnas, y por ende, la Democracia y la Constitución y nadie, ni usías-vuecencias-y-mandos-varios ni yo y mi poca convicción ni vox ni Abascal ni su caballo ni el PP de Casado ni siquiera la neurona (única) de Ayuso, tenemos el derecho de dudar de su legitimidad porque, afortunadamente, las urnas y sus resultados están por encima de nuestras opiniones personales. Y esa es la palabra clave, once letras: L-E-G-I-T-I-M-I-D-A-D.

Existe en España una histórica tradición de militares perjuros que traicionan sus votos de lealtad, su admirado dictador Franco sin ir más lejos. Entre las loables virtudes de las que el ejército hace gala y que digerí en mis años de servicio (que muchos demuestran en misiones arriesgadas), además del vituperado (por sus antecedentes y sus actos actuales) honor está el valor, pero es que a la decencia moral hay que ponerle cara y acta de los hechos: Cuando alguno de los insensatos chateadores se ha manifestado en los medios diciendo que bueno, que eran conversaciones de casino propias de abueletes (armados, eso sí, y todavía con mando en plaza y derecho a uniforme), no han demostrado valor precisamente ni honor tampoco (les dejo que pongan la palabra, que es una que les mola mucho aplicar a los demás). O, mejor, dejo que la propongan un padre de militar fallecido en el Yak-42 o el hijo de un teniente coronel asesinado por ETA, o la hija de un ministro también pasado por las armas de aquel movimiento de liberación vasco que decía Aznar sin que el mando revoltoso y, entonces, en activo, se inmutara ni una miaja (dicho con toda intención).

Para acabarla de joder, va Martínez Almeida, en su popular oficio de portavoz popular, y dice que a los españoles nos preocupan más los presupuestos pactados con separatistas que el chat de los golpistas. Igual no soy español, al menos tan español como Almeida, pero a mí no me preocupa en absoluto que los presupuestos vayan a salir adelante con apoyos de once partidos, entre ellos algunos tan poco sospechosos de sediciosos como Nueva Canarias, Teruel Existe o el Partido Regionalista de Cantabria (ojo, once partidos son diez más que los que apoyaron los presupuestos de Montoro desde 2018 hasta la fecha y que han impedido tantas iniciativas municipales, autonómicas y sociales. Hagamos memoria: el presupuesto Montoro-Rajoy, prorrogado hasta el hastío obtuvo 176 votos; el de estos social-comunistas-canarios-turolenses-vascos-cántabros-catalanes y demás despreciables españoles, 188 -más o menos la proporción de los casi 21 millones de nacionales que quedarían después de fusilar a 26 millones), y sí me preocupa mucho el ruido de sables, porque lo primero está amparado por la legitimidad (L-E-G-I-T-I-M-I-D-A-D, por si acaso no se entiende) democrática y lo segundo es la imposición de la fuerza sobre esa legitimidad. No sé qué ha podido pasar, igual no estaba en casa el día que el muchacho Almeida me llamó para preguntarme sobre el particular o, a lo peor es que popular portavoz popular no ha escuchado nunca a Harry el sucio decir aquello de que “Las opiniones son como el agujero del culo, todos tenemos una y pensamos que el de los demás apesta.” como apestan el chat de los militares redentores a base de tiros de gracia y los negacionistas de la legitimidad  (L-E-G-I-T-I-M-I-D-A-D, por si acaso no se entiende) deomcrática vigente.

Por cierto, vuecencia, usía o a quien le toque ejecutar el fusilamiento, me pido primer, que no aguantaría ni un minuto el asco de una España gobernada por su tropa.

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