8 de marzo de 2021

 


Siento decirlo, pero he de decirlo: Este 8 de marzo no acudiré a ninguna concentración o manifestación reivindicativa. Siento decirlo, pero será el primer 8M en el que miraré con recelo a las movilizaciones que se convoquen. A veces, un ganar es un perder, que decía mi abuela, y este año el 8M militante pierde conmigo.

Y es que lo mismo me da, porque así lo veo: mi rechazo a aquello de salvar el verano, salvar la navidad o salvar el 8M proceden del mismo principio que es el de la responsabilidad social. 

Se trata de visibilizar la reivindicación y creo que el 8M estaría más presente en los medios y en las mentes por desconvocatoria que por convocatoria, teniendo en cuenta que desconvocar no es desmovilizar y que la movilización dispone de otros medios para hacerse patente.

Naturalmente si se han permitido movilizaciones de hosteleros, técnicos de sonido o detractores de la LOMLOE, las autoridades competentes no van a prohibir las concentraciones feministas. Desde luego que las entidades convocantes van a hacerlo pidiendo respeto a las medidas de seguridad con limitación de participantes, distancias, mascarillas y toda la parafernalia propia en estos casos. Pero una cosa son las medidas que se pidan y otra las medidas que se cumplan ¿Cómo se controla el aforo de una manifestación callejera? ¿Quién impide los abrazos de reencuentro y, si lo impiden, quién reconforta la frustración de no darlos? ¿Alguien va a decir a las participantes negacionistas que se enmascaren o a las enmascaradas por debajo de la nariz que se cubran?

Una concentración de 500 personas no supone seguridad, únicamente supone que son 500 personas las susceptibles de contagio en vez de mil o diez mil. Pero también supone que, al menos, una parte de esas 500 personas viajan a la vez en distintos medios de transporte para llegar al mismo sitio, supone ese temido contacto social que evitamos con dolor y resignación, supone un reencuentro puntual o prolongado posteriormente con una caña y en grupos. Supone, en fin, romper todas esas medidas que se han mostrado tristemente útiles contra la expansión del virus.

Siento decirlo, pero es lo que me nace al comprobar que las organizaciones convocantes del 8M, azuzadas las unas por las otras no son capaces de articular un 8M reivindicativo y, además, alternativo. Y este año no tendré el argumento de los asistentes a partidos de fútbol, misas dominicales o mítines de Vox para defender la procedencia de las movilizaciones.

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