Madrid como experiencia política

Ya han pasado las elecciones madrileñas con el anunciado triunfo de Isabel Díaz Ayuso. Ahora llega el momento de los análisis que no sirven de nada porque estamos acostumbrados a evaluar para aprobar o suspender, cuando habría que evaluar para aprender.

La inconsistencia de los análisis se produce porque unos son interesados en justificar aciertos o errores y otros son insustanciales y se quedan en la superficie sin profundizar demasiado. 

Yo propongo mi forma de ver las cosas y que parte de dos mapas: el de la renta de los distritos capitalinos, por una parte y el porcentaje de participación, por otra. Aunque podría extrapolarse a otros distritos y a los municipios de la comunidad, me quedo con el ejemplo básico y proporciono las fuentes para que cada cual, si así lo desea, pueda comprobarlo más allá del ejemplo.

Tomemos del mapa de la ciudad los cuatro distritos con rentas más altas y los cuatro con rentas más bajas y comparemos ese dato con el índice de participación en cada uno de ellos:


Fuente: INE, tomado de Expansión 


Fuente: El País

Pues bien, veamos la tabla resultante:


Dos conclusiones pueden obtenerse de esta información:

La primera es sencilla, los resultados se leen en función de lo que uno quiere leer. Es incuestionable que el PP de IDA ha ganado en todos los distritos y en todas las localidades madrileñas, salvo en dos pueblecitos pequeños: El Atazar y Fuentidueña de Tajo. Sin embargo, si consideramos la polarización electoral en derecha e izquierda, comprobaremos que el bloque de izquierda sigue siendo mayoritario en cinco distritos del Sur además del distrito centro, que pierde distritos tradicionalmente adscritos al Sur rojo, como Carabanchel y que logra su mejor resultado donde siempre: en Puente de Vallecas, allí también ha vencido Ayuso, es cierto, pero la interpretación de que ha ganado la derecha es falsa.

La segunda es obvia: que los cuatro distritos madrileños con más renta hayan tenido más de 81 % de participación y que en los cuatro distritos más pobres de la ciudad la participación no haya superado, en el mejor de los casos el 69 % es un dato más que significativo de la capacidad de movilización que han tenido unos y otros contendientes. Por encima de la risa que nos ha dado el concepto de libertad de Ayuso, lo de las cañas, las tapas y las terrazas, lo del comunismo y todas esas sandeces de no encontrarse con la expareja y hacer lo que me da la gana, ha resultado que la memez libérrima y egoísta de la nueva presidenta ha calado más que el concepto filosófico-político de la progresía ilustrada.

Me diréis que la jornada electoral se convocó en día laborable para dificultar el acceso al voto de quienes curran, en muchas ocasiones en negro y sin opción a permiso o en jornadas maratonianas y lejos de casa, y es cierto; pero no lo es menos que si el interés por votar existe, la reacción es votar contra viento y marea, también como reacción a esa dificultad.

No puede decirse que el personal no sabe lo que vota ni que los abstencionistas son responsables. La abstención y la indiferencia también son posturas políticas, no lo olvidemos, y si existen, amén de acracias personales, parten de la incapacidad política de transmitir mensajes que calen en su electorado natural. Es cierto que, como leía ayer, "si un pobre y un rico votan lo mismo, uno de los dos está equivocado", pero la respuesta no está en los dos antagonistas de la premisa, porque quien está equivocado es quien transmite un mensaje que deja indiferente a su destinatario. Podemos hablar de lucha de clases o del concepto de libertad para Fromm, citar a Marx o a Gramsci, pero si no somos capaces de que un vecino de Usera o una vecina de Carabanchel entienda que de la defensa de lo público depende su salud, su educación o el precio de su alquiler, tanto nos da encuadrarnos entre la progresía ilustrada como en el club de fans de San Vicente Ferrer, al que nadie entendía (salvo en Valencia) porque predicaba en valenciano y se marchaba airado y amenazante de los pueblos (de Lorca ni el polvo, las aguas del Jalón cubrirán Calatayud hasta aquí...).

Salvo Más Madrid, el resto de partidos de izquierda han sido incapaces de adaptar el mensaje al receptor y al contexto soslayando el ruido, y eso es el fundamental en el proceso de comunicación. Ni el metafísico Gabilondo, tan buen ministro de educación como nefasto opositor a Ayuso, ni el dogmático y conceptual Iglesias han sabido ligar pensamiento y realidad. El segundo se marcha, y eso le honra, el primero debería también asumir su fracaso y hacerlo.

Claro que habría que hacer muchas más consideraciones, apunto alguna:

La primera, que siempre me asalta aunque sea por introspección personal, es el cambio que la sociedad actual ha producido en lo que en los setenta y ochenta llamaríamos la clase obrera, un cambio aspiracional hacia un modo de vida más acomodado dentro de aquella sociedad que llamábamos del bienestar y que ahora es de mercado y consumo. En el huerto de Emerson, Luis Landero recuerda aquellos tiempos en los que "no solo nos gustaba disfrutar de la libertad..." para preguntarse sobre el momento "en qué aciaga sucesión de momentos, todo aquel alarde de dicha y de vigor comenzó a convertirse en rutina, en decepción y en impostura. Y nosotros, todos, nos hicimos feos y empezamos a envejecer y a olvidar las alegres canciones de entonces" (aunque solo sea por esa página 195-196 merece la pena el libro). Ese cambio sociológico innegable requiere un esfuerzo para pasar del dogma a la realidad, con un mensaje cercano más que profundo, pedagógico más que metafísico.

La segunda, y yo la he conocido personalmente, es el cainismo existente entre los partidos de izquierda, que se acentúa en Madrid en familias, facciones, incomprensiones y purgas. El pactismo aragonés o el valenciano pueden ser dos buenos ejemplos de que es posible construir mayorías desde lo que nos une sin renunciar a lo que nos separa ni a las tensiones que eso va a generar, porque prefiero ganar algo a perderlo todo. El mensaje de la izquierda disgregada llega a los votantes porque está en la calle, en las agrupaciones de los barrios...

La tercera es que Madrid es España y los demás, también (según el grado de cada cual). De los casi 46 millones que habitamos España, casi 40 millones no tenemos la suerte de ser madrileños, no somos los mejores, a decir de la presidenta. Sin embargo estamos mediatizados por lo que sucede en la capital, tanto que la vuelta al cole es cuando se vuelve en Madrid, que Filomena afectó a Madrid y a no sé qué sitio más, que el fútbol o el baloncesto suceden en Madrid, que, en fin, lo que pasa en Madrid trasciende a toda España por centralismo informativo (y hay otros como el económico, el recaudatorio...) de forma que estamos más enterados de lo que pasa en Madrid que de lo que ocurre en casa. Yo mismo estoy escribiendo sobre Madrid y me entero más de que Madrid es libertad porque le da la gana a su presidenta y porque puedes tomarte cañas y no encontrar a tu ex, pero me cuesta encontrar a Lambán diciendo que la política madrileña es estragante y los madrileños ni lo han escuchado ni saben quién es Lambán. Hacer más caso a los medios regionales y locales, por muy mediatizados que nos parezcan es una manera de decir que España tiene más ombligos que el madrileño, también mediatizado.

La cuarta y última es el límite temporal del resultado electoral madrileño. En mayo de 2023 volverán a celebrarse elecciones en Madrid (que la normativa electoral permite disolver parlamentos de comunidades "no históricas" y convocar nuevas elecciones, pero no prorroga el nuevo mandato más allá del tiempo restante de legislatura). Son dos años durante los cuales una oposición asentada en la realidad; combativa con los desafueros que se le esperan a una Ayuso recrecida, chulesca y arrogante; pedagógica y empática con el electorado, es capaz de revertir la situación. Si Ayuso es capaz de repetir victoria aplastante, será entonces cuando Madrid será "el Km 0 del cambio en España" que anhela Casado. Y es que las elecciones generales serán medio año más tarde, si el gobierno de coalición de PSOE-Podemos es capaz de aguantar el tipo hasta entonces. y se cumple la premisa de desmontar el holograma ilusorio en el que habita Ayuso, el bloque de derechas no tendrá fácil ver ese "nuevo amanecer" que aspiran a disfrutar desde la poltrona gubernativa. Así que, hasta entonces y con el debido respeto para la presidenta: menos lobos, Isabelita.

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