Parábola del patrimonio industrial
Os cuento un cuento:
Érase que se era, allá por el Paleolítico, que la compañía de las teas casi sapiens (CTCS) decidió que sus pintores de las cuevas de Altamira debían cambiar de estilo artístico.
Una nueva era ha llegado, ya somos neolíticos y ahora, en vez de practicar la figuración en cuevas, os vas a ir hacia el este y pintar vuestros mamarrachos más abstractos. Como allí hace más calor, pintaréis en zonas abrigadas, pero no en cuevas, que no es sostenible porque se llenan de humo. Para demostrar nuestro compromiso con la sostenibilidad, CTCS ha decidido derribar las cuevas donde habéis dejado vuestra huella, no solo Altamira o la Pasiega, también Lascaux, Mas d'Acil..
Nuestra decisión está apoyada por el consejo de jerifaltes de la tribu y no queda otra.
Gracias a la decisión de CTCS y al apoyo de los jerifaltes de la tribu, los supuestos prehistoriadores de la actualidad, acabaron siendo fontaneros, rateros o buenos médicos, CTCS y los jerifaltes no les dejaron restos del objeto de su estudio. En ese tiempo, tampoco quedaron arqueólogos industriales, pues los herederos de CTCS y de los jerifaltes no dejaron restos de los hitos que construyeron su civilización, a los que destruyeron en nombre de la sostenibilidad.
Y fueron felices porque comieron perdices que, como todo el mundo sabe, son un poco lelas y de lo que se come, se cría
Ya no queda nada del complejo termoeléctrico de Andorra, las autoridades no han aceptado ninguna de las propuestas de protección. Las mismas razones que esgrimiríamos para conservar las cloacas o el puerto fluvial romanos de Zaragoza podrían alegarse para conservar el conjunto de la térmica de Andorra. El patrimonio industrial del siglo XX es tan patrimonio como una calzada romana.
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