Racismo, fútbol e hipocresía

Hijo de p..., mari... (...macho, ...cón, en función del sexo de los contendientes); mono, moro o lo que sea en función de su raza, los campos deportivos son el escenario de insultos, xenofobia, sexismo, peleas (entre jugadores, espectadores o familiares de niños)...

Graves, gravísimos fueron los insultos del pasado Valencia-Real Madrid a Vinicius que han puesto en el punto de mira al deporte español (y digo el deporte, porque el riesgo es el mismo para todos, sean alevines o profesionales o jubilados, de fútbol o de bádminton o de lo que sea). El racismo está presente en el deporte y en la sociedad españoles, de la misma manera que están la homofobia, el sexismo y cualquier otra forma de odio que, además, se fomenta desde determinadas ideas políticas e, incluso desde los escaños parlamentarios.

Caiga la ley sobre los tres detenidos en el caso e investíguese porque no fueron tres, sino más. Alabo la decisión del Real Madrid de recurrir a la fiscalía y la idea de Ancelotti (que protesta, con razón, porque en los banquillos sufren todo tipo de insultos) de que estos hechos sirvan para encontrar una solución.

Sin embargo, el problema en esto como en tantos otros está en que cada uno se rasca cuando le pica y la hipocresía campa a sus anchas. Así que me creería mucho más la actitud anti odio si los mismos, Real Madrid y Ancelotti (por poner los ejemplos ahora en la palestra, que los hay muchos y por doquier) hubiesen reaccionado de la misma manera cuando el pasado 9 de mayo, durante el partido del Real Madrid contra el City casi todo el Bernabéu clamaba "Guardiola, Hijo de p..." y una coral bien organizada de respetables aficionados le cantaban aquello de "Ay Guardiola, ay Guardiola, qué delgado se te ve, primero fueron las drogas, hoy por Chueca se te ve". Pero, claro, cada uno siente su mal.

El 27 de abril, durante el partido de baloncesto entre el Real Madrid y el Partizán se produjo un combate cuerpo a cuerpo vergonzoso entre ambos equipos, motivado por una durísima personal/puñetazo de Llul contra Punter y en la que estuvieron implicados todos los jugadores. La cosa se saldó con sanciones ridículas y el día de la final, el causante Llul acabó encestando la sublime canasta de la victoria, olvidado el incidente y a otra cosa.

Peleas en el baloncesto profesional o en el fútbol alevín, hasta el punto de que algunos colegios han tenido que prohibir a las familias acompañantes acceder a los terrenos de juego o, en su defecto, incluso abrir la boca.

Insultos generalizados en las canchas y en las redes (he leído auténticas burradas dirigidas a jugadoras de fútbol, baloncesto o balonmano por el mero hecho de ser mujeres y deportistas); sexismo en los medios de comunicación cuando hablan de las piernas de la tenista tal o del novio o la novia de la jugadora cual. Xenofobia en las canchas y en la calle y en los platós de televisión: desde una Ana Rosa Quintana (que creció en Usera, pero detrás de lo que los usereños llamaban el muro y que separaba a la plebe de una urbanización pudiente) que llama a su ex-barrio Chinatown, pero condena el racismo contra Vinicius (hipocresía pura), hasta el hecho de que la policía pide identificación a los ciudadanos en función de la raza (ahí no hay clamores como el originado con Vinicius), como denuncia indignada una afroamericana de nacionalidad española a la que la ONU ha dado la razón, porque no se puede ser sospechoso según la raza. Aunque claro, y repito, cada uno se rasca cuando le pica, pues Rosalind afirmaba el otro día en la SER que eso no ocurre en su país de origen, y volvemos a la hipocresía del problema: Rosalind olvida que, en ocasiones, en su país se conforman con disparar o apalear al afroamericano en nombre de la ley.



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